De visitantes permanentes

La nostalgia es eso que cae directamente en la boca del estómago, cosquillea en medio de las cejas resbalando hacia la nariz, y anida en el labio superior, en las muñecas y nudillos. 

 Llega en las noches, cuando quisiera merendar pan tostado con jocoque seco y mermelada de zarzamora, sentarme en la mesa de la otra cocina para una larga sobremesa y escuchar todo eso una vez y otra vez. Y otra vez.

En las mañanas, luego de despertar tarde en un sábado de ésos, cuando quisiera que afuera hubieran puesto la alberquita inflable y quedarme en ella todo el día. En esos días en los que esperaría bajar las escaleras a desayunar papaya y huevos de cazuelita.
En las tardes queriendo jugar y discutir si había sido base por bola o no, comer camarones hasta el hartazgo y helado napolitano. Tomar un vaso gigante de chocolate caliente de maquinita mientras llueve, y desaparecer todas las evidencias. Poner las casas de campaña en cualquiera de aquellos lugares, viendo a los dos niñitos chorreando la leche sobre las galletas. 

Y cuando no puedo recordar qué es.

La nostalgia es eso que, sentada pasivamente te ve intentando reacomodar todas esas cosas imposibles en lugares donde ya no caben, para tal vez desistir después sabiendo que es inútil; y quedarte olfateando su peculiar perfume.

 Lo mejor es agradecerle la visita y ayudarla a empacar sus cosas; ya que si siente demasiada confianza comienza a instalarse.